Luz de Trento

Permítanme que vuelva a inmiscuirme en la muy interesante y didáctica discusión que estos días están teniendo los señores Moa, Vilches y Vidal bajo la vigilancia, sesgada, del señor Losantos.

O, mejor, dicho: dos discusiones, una explícita, la otra implícita, pero ambas muy relacionadas.

¡No saben ustedes hasta qué punto relacionadas!

Acerca de la discusión de si la democracia liberal debe algo al franquismo, ya di mi opinión en Moa vs. Vilches y nada quiero poner ni quitar de ella: si Vilches considera que la democracia nada debe al franquismo, ¡bendito sea Dios! y respetemos tamaño pensamiento de Vilches.

Vayamos, pues a la segunda discusión, incardinada en esta primera y que se refiere a la concepción franquista de la historia de España: la discusión en torno a la concepción de la idea de Moa sobre dicha historia y, más concretamente, sobre la figura de Felipe II, concepción que el señor Vilches considera franquista y, por ende, inatendible. Dice Vilches:

Sobre la idea de España y de su Historia, el Sr. Moa contrapone con simpleza, en una huida hacia delante, la visión franquista a la de Tuñón. Hay unas cuantas más, pero sería muy prolijo. Simplemente le falta rodaje bibliográfico, por lo que le recomiendo, por ejemplo, la lectura de la obra coordinada por Ricardo García Cárcel titulada La construcción de las historias de España. Le será útil.

Es de ello de lo  quiero hablar hoy apoyándome en historiador tan simple y franquista como don Marcelino Menéndez Pidal y en su discurso Idea imperial de Carlos V cuyo contenido íntegro pueden ustedes encontrar en los vínculos ut infra y cuya lectura me permito recomendar al señor Vilches no porque yo crea que sólo sea admisible la concepción de Menéndez Pidal, sino porque me indigna que se tache de franquista y, así se deslegitime, una lectura de la historia de España a la que han contribuido historiadores tan egregios como Menéndez Pidal (no hablo aquí de Menéndez Pelayo porque ya comprendo que la lectura de las Heterodoxos tiene mucha tela para el hombre de nuestros días).

Vilches será un gran historiador, no lo discuto. Pero tachar de franquista esta concepción de nuestra historia me parece una trampa dialéctica.

Por lo que respecta a César Vidal, nadie puede dudar ni de su seriedad, ni de la vastedad de sus conocimientos ni de la labor ingente que está realizando contra el enemigo común. Pero no podemos olvidar su condición protestante y, por tanto, comprendemos que puede equivocarse al tratar el asunto central de la historia de España, esto es, la defensa del catolicismo.

En el folleto del que hablo, Menéndez Pidal dice cosas tan franquistas y casposas como las siguientes (la negrita es mía):

1. No tenemos ni siquiera un estudioso aficionado a esta figura tan española, a este emperador que si, ciertamente, no pudo escoger el lugar de su crianza, escogió el de su retiro y el de su muerte en el corazón de España.

2. La idea imperial no se inventa por Carlos ni por su canciller; es una noción viejísima, que ellos sólo captan y adaptan a las circunstancias; noción rica en contenido político y moral, extraño por completo a nuestro pensamiento moderno. Tal concepción revestía una grandeza verdaderamente romana. Hacer de todos los hombres una familia, unidos por los dioses, por la cultura, por el comercio, por los matrimonios y la sangre, fue la gran misión del imperio romano, ensalzada por los paganos desde Plinio hasta Galo Namaciano y por los cristianos a partir de los españoles Prudencio y Orosio y del africano San Agustín. El Imperio era la forma más perfecta de la sociedad humana; por eso Dios perpetuaba sobre la tierra el Imperio, desde los tiempos más remotos de la Historia, transfiriéndolo de Babilonia a Macedonia, a Cartago y a Roma. El imperio romano había ejercido esta potestad suprema, extensa y completa durante seis siglos, sobre todo desde Augusto hasta Justiniano. Luego, aunque muy deficiente y achicado, se renueva en el imperio carolingio de los siglos IX y X. Después, más achicado aun, sucede el imperio romanogermánico.

3. Este imperio no lo aceptó Carlos para ganar nuevos reinos, pues le sobran los heredados, que son más y mejores que los de ningún rey; aceptó el imperio para cumplir las muy trabajosas obligaciones que implica, para desviar grandes males de la religión cristiana y para acometer “la empresa contra los infieles enemigos de nuestra santa fe católica, en la cual entiende, con la ayuda de Dios, emplear su real persona”… y sitúa en el centro del imperio cristianizado la hegemonía de España, que Fernando el Católico había iniciado.

4. Era todavía un joven indeciso y apocado, de gesto absorto y boquiabierto (un baturro, en Calatayud, le acababa de decir, al ver su mandíbula caída: “Majestad, cerrad la boca, que las moscas de esta tierra son insolentes”).

5. Pocas semanas después de su partida de La Coruña, en la dieta de Worms, Carlos V vio aparecer ante la asamblea aquel fraile rebelde y altivo que, él solo, desafiando grandiosamente a las dos supremas potestades del mundo, va a precipitar a Europa en el abismo de su disgregación moral. Carlos, abrumado ante el peligro de la actitud de Lutero, pasa en Worms una nochede zozobra, encerrado a solas, para escribir de su puño y letra una segunda declaración político-religiosa, en la que, con toda energía, afirma estar determinado a defender la cristiandad milenaria, empleando para ello, son sus palabras, “mis reinos, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma”. Carlos, al comienzo de esta solemne declaración, invoca a sus antepasados. Pero ¿cuál de ellos pudo inspirarle, sino sólo su abuela Isabel la Católica, que en su testamento se dice obligada, con igual latitud que Carlos entonces, al sacrificio de su persona, de su vida y de todo lo que tuviere?

6. Podemos, pues, sentar que, desde esa primera declaración pública de las Cortes coruñesas, el concepto imperial de Carlos, esbozado entonces por Mota, se hallaba en oposición al de su canciller y tal oposición radicaba en principios conceptuales: Gatinara era un humanista, cautivado por la lectura de la obra dantesca De Monarchia. De ella saca el principio de que el imperio es título jurídico para el mundo todo; así que Carlos, no sólo había de conservar los reinos y dominios hereditarios, sino adquirir más, aspirando a la monarquía del orbe. Esto dijo Gatinara a Carlos en 1519, cuando le incitaba a presentar su candidatura para el imperio, y eso repitió en otras muchas ocasiones, insistiendo en recobrar de Francia el Delfinado, que antes era del imperio, o en hacer adquisiciones en Italia y en otros países, teorizando, en fin, el gobierno de uno solo como único camino para la paz absoluta. Lo que Gatinara quiere es, pues, la monarquía universal.

Por el contrario, lo que propone el doctor Mota es cosa muy distinta; es, simplemente, el imperio cristiano, que no es ambición de conquistas, sino cumplimiento de un alto deber moral de armonía entre los príncipes católicos. La efectividad principal de tal imperio no es someter a los demás reyes, sino coordinar y dirigir los esfuerzos de todos ellos contra los infieles, para lograr la universalidad de la cultura europea. Gatinara, la monarquía universal; Mota, la dirección de la universitas christiana. Esta gran diferencia, estos dos tipos de imperio, no advertidos por Brandi, nos aclara la cuestión sobre la paternidad de la idea imperial carolina, mostrándonos que no es seguramente del canciller, sino que, en su primera forma pública, aparece elaborada, en colaboración, por Carlos V y el doctor Mota.

7. Y las Comunidades fueron aldabonazo estrepitoso, que despertó el tardo y adormilado ánimo de aquel joven emperador. El recuerdo de Isabel, confuso, acaso subconsciente en la dieta de Worms, se hace ahora vivo y estimulante. Los comuneros recuerdan al inexperto soberano continuamente el testamento de Isabel, impregnado de ideas contrarias a las de las flamencos de su corte; el pueblo no es un rebaño esquilmable por el rey, sino que el rey se debe a la felicidad de su pueblo, el rey debe amoldarse a la índole de su pueblo. Por su parte, los fieles magnates castellanos del partido realista, los que vencieron a los comuneros, no dejan tampoco de hispanizarle; el condestable de Castilla le decía, con dura franqueza, que sacudiese la tutela de los flamencos y se mostrase hombre, discurriendo por sí mismo; a la vez le aconsejaba que se casase con Doña Isabel de Portugal “porque es de nuestra lengua”, decía el condestable: hermosa expresión, que, en su inexactitud filológica, revela la fraternidad fundamental hispanoportuguesa y la convicción de que España era la parte principal en el gran organismo formado por los extensos dominios del César.

8. Esto se manifiesta con ocasión de la gran victoria de Pavía sobre Francisco I de Francia (1525). El Consejo de Carlos en Madrid, cuando Lanoy llevó allí prisionero al rey francés, se dividió en dos bandos, según nos informa el embajador veneciano Contarini. Gatinara, aferrado a su convicción de que el imperio es título, no ya para conservar, sino para adquirir, para aspirar a la monarquía universal, quiere adquisiciones, agita soluciones hostiles a Francia; opinión en la que al canciller acompañan otros consejeros flamencos. En el otro partido del Consejo sobresalían los españoles Hugo de Moncada y el marqués de Pescara (éste, a pesar de su título italiano, no hablaba sino español), los cuales aconsejaban un tratado de clemencias, de reconciliación con Francia, de confianza en el rey prisionero; es decir, nada de tendencia a la monarquía universal, sino el imperio de paz cristiana. El emperador desechó los pensamientos de su canciller, y el embajador veneciano admira en esta extraordinaria victoria a Carlos, modestísimo, que no da la mayor señal de insolencia (recuérdese la modestia principis que Plinio admira en otro gran español, Trajano), y el rey Francisco, prisionero, pudo tener a gran fortuna, como observa Contarini, que su vencedor fuese el César, sólo preocupado del bien de la cristiandad.

9. Alfonso de Valdés, con enérgica elocuencia y contundentes razones, manifiesta que el emperador de todo corazón quisiera ver en paz a Italia y al mundo entero, pues entonces serían vencidos los turcos, y entonces los luteranos y demás sectarios serían suprimidos o vueltos al seno de la Iglesia. Carlos está dispuesto a ofrecer sus reinos y su sangre para proteger a la Iglesia.

10. ¡El Concilio general! He aquí el coco, la amenaza que ya los Reyes Católicos esgrimían contra las demasías del Papa. Lutero pedía también el Concilio; Erasmo apoyaba esa petición como único medio de que los luteranos fuesen oídos y juzgados a toda su satisfacción; Carlos V lo había pedido en otras ocasiones. Por lo demás, en la enérgica actitud frente al pontífice, Carlos no hacía sino continuar la firmeza de su abuelo Fernando el Católico, quien en cierta ocasión mandaba a su virrey de Nápoles ahorcar al cursor apostólico y encarcelar a cuantos pretendieran publicar allí una excomunión inconveniente. Carlos V, con miras más trascendentales que su abuelo, quiere, con su entereza, conducir simultáneamente al Papa hacia una concordia católica, y a los luteranos, hacia el Papa.

11. En este discurso madrileño, Carlos V pone empeño en decir que no aspira a tomar lo ajeno, sino a conservar lo heredado, y llama tirano al príncipe que conquista lo que no es suyo. De todo esto se desprenden conclusiones importantes políticoliterarias. Carlos V, el emperador más grande y poderoso, el emperador de dos mundos, no formó su ideal imperial imperfectamente y tarde, no lo formó al dictado de su canciller, sino más bien de espaldas a su canciller. El pensó de su imperio por sí mismo muy pronto, sin esperar el dictado de nadie, con sentimientos heredados de Isabel la Católica, madurados en Worms, en presencia de Lutero, y declarados públicamente, con la colaboración de varios escritores españoles: Mota, Valdés, Guevara.

12. Carlos V se ha hispanizado ya y quiere hispanizar a Europa. Digo hispanizar porque él quiere trasfundir en Europa el sentido de un pueblo cruzado que España mantenía abnegadamente desde hacia ocho siglos, y que acababa de coronar hacía pocos años por la guerra de Granada, mientras Europa había olvidado el ideal de cruzada hacía siglos, después de un fracaso total. Ese abnegado sentimiento de cruzada contra infieles y herejes es el que inspiró el alto quijotismo de la política de Carlos, ese quijotismo hispano que aun no había adquirido expresión de eternidad bajo la pluma de Cervantes, y que no era comprendido o correspondido, ni por los reyes, ni por los Papas coetáneos de Carlos V, atentos nada más que a sus recelos por el gran poder que la Casa de Habsburgo alcanzaba. Tal sentimiento era hispano, y nada más que hispano, al concebir como el gran deber del emperador el hacer, lo mismo personalmente que por sus generales, la guerra a los infieles y herejes, para mantener la universitas christiana; era ésta una idea medieval reavivada, resucitada por España, era el ansia de la unidad europea, cuando toda Europa se fragmentaba y disgregaba bajo la norma de la Razón de Estado, cuando esta razón estatal proclamaba sobre cualquier otro interés el interés de cada Estado, no sólo frente a todos los demás Estados, sino frente a toda norma ética. Aquella organización del imperio como aliado de la Iglesia (la correlación de las dos luminarias, la luna y el sol, que decían los tratadistas medievales) es uno de tantos frutos tardíos que produjo el hermoso renacimiento español, tan originalmente creador, al hacer florecer de nuevo grandes concepciones medievales en la estación en que éstas se habían marchitado en toda Europa. No inició Carlos esta nueva floración y madurez, sino Isabel la Católica, y no acabó con Carlos esa obra fundamentalmente hispana, pues continuó su desarrollo en el siglo siguiente, cuando Fernández Navarrete, en su Conservación de monarquía (1625) percibía claramente el peculiar carácter de abnegación que distinguía la idea imperial de España, frente al interesado proceder de los demás Estados. “Sólo Castilla, dice Navarrete, ha seguido diverso modo de imperar, pues debiendo, como cabeza, ser la más privilegiada en la contribución de pechos y tributos, es la más pechera y la que más contribuye para la defensa y amparo de todo lo restante de la monarquía.”

13. “Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana.” Así, el emperador, que a los dieciocho años no hablaba una palabra de español, ahora, a los treinta y seis años, proclama la lengua española lengua común de la cristiandad, lengua oficial de la diplomacia, dato esencial para juzgar la idea de Carlos V. El español se difundió también como lengua literaria. Fernando el Católico había presidido la aparición de obras de interés europeo, como la Celestina y el Amadís. Ahora, su nieto Carlos veía propagarse, no sólo las obras individuales de Guevara o el Lazarillo, sino obras colectivas, como el Romancero y los libros de caballerías, otro fruto tardío que producía España: una abundante poesía épica, versificada y en prosa, cuando toda Europa había olvidado por completo la epopeya y la novela medievales; ya también escriben los maestros de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz; ya apunta la nueva mística, otro de los más preciosos frutos seruendos que produjo el renacimiento español, ese gran árbol que hundía sus raíces en la tierra medieval, ya infecunda en toda Europa, y de cuyo tronco formaba parte la idea imperial nacida en las Cortes de La Coruña… La Iglesia se ve robustecida por una nueva orden de origen español, la Compañía de Jesús, por los teólogos españoles del Concilio de Trento y por la nueva escolástica, otro fruto tardío de España. La vida de las cortes y de la diplomacia se vio invadida por ministros españoles y por usos españoles; la lengua española comenzó a ser usada por todas partes, sobre todo desde que Carlos V la hizo resonar bajo las bóvedas del Vaticano, en un parlamento ante el Papa Paulo III, el 17 de abril de 1536.

14. Pero esa idea tuvo muy corta vida. Carlos V vio por sus ojos la ruina de su obra unitaria. La reforma, abrazada por los príncipes alemanes, hizo imposible todo pensamiento ecuménico. Por otra parte, cesó la relación entre el imperio católico y el papado. Pero la idea de la universitas christiana que mantuvo Carlos V, de tan hispana que era, continuó siendo la base de la política, la literatura y la vida toda peninsular; a ella sacrificó España su propio adelanto en el siglo de las luces, queriendo mantener, en lo posible, la vieja unidad que se desmoronaba por todas partes.

15. Carlos V, preocupado por las intrincadas cuestiones del Mundo Viejo, no podría dar a ese imperio indiano, como le daba Cortés, una importancia igual a la del imperio romanogermánico. Aquél era un imperio simplicísimo, sobre gentes en estado primitivo, sin nexo alguno político con otras tierras, sin relación alguna histórica con el viejo mundo. Trabajó, sin embargo, Carlos V, como habían trabajado Fernando e Isabel, para dar al nuevo imperio americano fundamentos de juridicidad que le vinculasen a la ideología del viejo mundo. Trabajó Carlos V en esto desde los primeros días de su reinado hasta los últimos, y entre las disputas de Sepúlveda y Las Casas nacieron esas admirables leyes de Indias, bastantes a amnistiar ante la Historia todas las faltas que la acción de España haya tenido en América, como las tiene toda acción política y conquistadora.

Perdóneseme la abundancia de citas pero las que anteceden ni son mías, ni de Moa y ni siquiera de Tuñón, sino del pesudohistoriador franquista Menéndez Pidal a quien, seguramente, el general Franco dictó tales textos so pena de fusilarle si no los redactaba, tal cual los transcribo, aquí en los infelices tiempos anteriores a estos en los que tenemos la inmensa fortuna de conocer la verdadera historia de España gracias a Vilches, Tuñón et al.

Con ella pretendo mostrar que este entendimiento de la historia será todo lo franquista que Vilches quiera pero no deja de tener su meollo y quizá debamos hacerle, al menos, el mismo caso que al de Tuñón.

Pretendo mostrar cómo Vidal no puede aceptar esta visión de la historia de España. Vidal es español, un gran español y debemos de sentirnos orgullosos de que figure entre nuestros compatriotas, pero Vidal es protestante y nunca podrá sentir suya esta labor de los Austrias españoles.

Y pretendo mostrar que las tesis que viene sosteniendo Pío Moa acerca de Felipe II son ciertas y tienen raíces muy profundas en la historia de España: España heredó esta labor (o se le vino encima) del imperio romano decadente, su genio quijotesco la asumió gustoso y nuestros reyes, desde Isabel y Fernando hasta Carlos II tuvieron que sufrir su peso, peso que, con menor temple, continuaron los Borbones hasta Fernando VII.

Y esto, señores, no se lo inventó Franco.

***

Sólo nos queda dilucidar un asunto: el que respecta a la decadencia española, a la leyenda negra española y al evidente retraso que España ha venido teniendo con respecto a las demás naciones civilizadas en los dos últimos siglos en lo que respecta al adelanto científico, tecnológico y a la comodidad de vivir que ambos nos proporcionaron y que, parece, se están yendo a hacer gárgaras:

¿Se debió ello a esta actitud quijotesca de España dirigida por sus reyes en los siglos anteriores?

Seguramente sí. Pero todo ha de puntualizarse. Permítanme las autocitas:

Los siglos XVI y XVII asisten al Cisma de Occidente y a la lucha brutal del protestantismo contra el catolicismo. Nadie ignora el papel esencial que la España del Antiguo Régimen tuvo como adalid de la defensa del catolicismo. Tampoco ignora nadie cómo, enfrente, tuvo como adalid de la defensa contraria al mundo anglosajón liderado por Inglaterra.

Nadie ignora tampoco cómo la revolución liberal (prescindamos aquí de la francesa) y, sobre todo, la revolución científica, económica y tecnológica, donde triunfan, esencialmente, es en el mundo anglosajón y desde donde se extienden al resto del mundo es, precisamente, desde el mundo anglosajón. Quien me discuta esto que mire cuál ha sido la primera potencia mundial, económica y militar, durante el siglo xx.

Ahora: esa victoria en lo material (insisto: en lo material) del mundo anglosajón, conformado por el protestantismo nos explicaría, como corolario, que el sistema político y religioso derrotado (vuelvo a insistir: derrotado en lo material) en tan descomunal enfrentamiento sufriera el desprecio y el vituperio que vienen sufriendo España y la religión católica hasta nuestros días. La religión católica como religión del sistema político que perdió la supremacía en el dominio del mundo. España, como principal valedora de tal religión.

De “A vueltas con ‘La expulsión de los moriscos’”. Conceptos Esparcidos. 2007.

Durante el siglo XVIII se gestó un sistema de pensamiento que sostenía la idea de que la Religión y la Monarquía Tradicional, aherrojaban al ser humano y que, decía que, si el ser humano se liberaba de ambas, iba a ser más feliz, extremo último de la Religión, del Derecho Natural, de la Moral y de la Política.

De “Los católicos ‘sólo entendemos del palo’”. Conceptos Esparcidos. 2011.

España, sí, perdió el tren de los tiempos en el siglo XVIII en lo que respecta al avance científico y tecnológico, pero eso no significa que ni la revolución científica ni la tecnológica hayan hecho más feliz al ser humano.

No significa que España se equivocara: pudiera ser también que quien se hubiera equivocado fuera el siglo XVIII en lo que respecta a la mayor felicidad del ser humano puesta en manos del avance científico y tecnológico y en lo que respecta a la abominación de nuestro pasado y de nuestra religión.

Yo comprendo que a los enemigos de la Contrarreforma les moleste España, pues fue luz suya y martillo de herejes. Pero dejemos esto para otro día y acompañados de la mano de Menéndez Pelayo. Y del mismísimo Lutero quien, después de argumentar su herejía con la historia de le libertad en la interpretación de los textos canónicos acabó abominando de que cualquier pelagatos los interpretara.

Así, el luteranismo se ha perdido en mil iglesias y en mil sectas a cuál más aberrante.

Y, así, el catolicismo por el que luchó España bajo los reinados de Carlos V y de Felipe II, sigue vivo. Roma sigue siendo Roma. La Roca de san Pedro sigue, firme, en el Vaticano. Cada vez son más los protestantes que retornan a ella. Quizá ni España ni los reyes que comprendieron nuestro espíritu anduvieron tan equivocados.

Continúen Vilches y Tuñón estudiando la Historia desde una probeta. Es lo más científico que puede hacer quien ignore que la Historia no es una ciencia.Sin faltar a la verdad de los hechos, debe de ser una asunción de todo lo bueno y de todo lo malo que un pueblo haya podido hacer a lo largo de su devenir histórico.

Lo refirió el mismo Menendez Pidal en la Epopeya de los godos cuando, en esa su epopeya, desde la Gotia a la Tracia y a la luz de hogueras, los ancianos cantaban a los jóvenes las canciones de sus antepasados, los carmina maiorum. Y, a esa referencia me refería cuando escribí en Qué es la Patria la estrofa:

¿Qué es Patria,
sino las canciones
que cantaron los mayores
sin que importen los colores
con que adornaron las gestas?
Lo que vale es la canción.

La historia no debe mentir pero tampoco puede pretender ser una ciencia exacta calibrada, experimentada y certificada por Vilches et al.

¡Felices aquellos godos que no tenían ni vilches ni tuñones para explicarles lo que no precisa mayor explicación!

Vínculos:

Idea imperial de Carlos V.
Moa ‘vs’ Vilches. Conceptos Esparcidos.
A vueltas con ‘la expulsión de los moriscos’. Conceptos Esparcidos.
Los católicos ‘sólo entendemos del palo’. Conceptos Esparcidos.
Felipe II y la tolerancia. Blog de Pío Moa.
Importancia de Libertad Digital. Blog de Pío Moa.
¿Qué es la Patria?. Conceptos Esparcidos.

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